2ª Parte. Patatas en ajillo de Almería

( Capítulo anterior )

Parte 2. doña Pura

A Doña Pura, cuando aún se la llama Purita, la casaron a la carrera antes de dar cuerda al escándalo. Se quiso enamorar de un mozo pulido en conocimientos y caudales que aprovechando un descuido de su tata, se la llevó al huerto, donde entre besos y caricias le habló de amor y de libertad a partes iguales. La citó a la medianoche –no cargues con mucho que en Orán te harás con todo. Viste con ropas de tu hermano que te harás pasar por mozo y me buscas en la fonda del Galera en Pescadería– y de esta guisa, con luna llena y calma chicha, llegarían a la costa Africana antes de despuntar el día. 

La tata, si bien perdió al trasto de vista, no hizo lo propio con las entendederas y contó a su señora que la niñica tramaba algo. Mandó a un par de criados vigilar la casa y si algún mozo se acercaba tenían orden de arrearle sin contemplaciones. No vieron a ninguno intentar entrar en la propiedad pero sí a uno querer salir sin ser visto. Los andares de la niña la delataron y el más espabilado le ordenó al compañero avisar al amo. Siguió a la huida por el paseo hasta el muelle y de allí hasta el embarcadero de Pescadería. En la misma puerta del garito, el amante esperaba a su presa y en el momento en que se disponían a caminar dirección al embarcadero, el gachó se quedó con la copla y echó a volar calle arriba dirección a las cuevas de la Chanca.
El tunante se les escapó pero no la paloma que fue recluida en la casa sin soltar prenda sobre la identidad del amado. Se la castigó al exilio, el cual acogió estoicamente y sin rechistar. Pero, volviendo a los tres meses de una cura de salud en la Alhamilla fuertemente agarrada por la compañía de la tata y de su tía Milagros, la locura estalló en la niña al saber que su enamorado había conseguido su sueño de marchar a Orán y que lo hizo llevando de la mano a la hija del Portugués, una cría de su misma edad que tuvo la suerte o la desgracia de no ser descubierta en la huida. A Purita se le rompió el alma y se le escapó la poca cordura que su juventud le había obsequiado. Se arregló deprisa y corriendo una nueva cura de 3 meses en el balneario y aprovechando un descuido en la casa, huyó nadie sabe cómo de la ciudad. El destino, con mucho pesar, todos lo conocían. Llegó a Orán en puro trance sin haberse detenido a pensar qué iba a decir o hacer. Y lo más importante, qué iba a ser de ella después. Se había metido en un lío que le quedaba demasiado grande. A duras penas, consiguió un alojamiento de mala muerte y peor reputación. Tuvo a buen entender seguir vistiendo con ropas de mozo y vagabundeó durante semanas buscando al traidor. No le encontró. Pero si dio con los huesos de la hija del Portugués, que habiendo sido abandonada por el canalla, pedía por las cantinas limosna a cambio de echar unas coplas a los compatriotas expatriados que por aquellos años había muchos en busca de fortuna. Esa linda voz que heredó de su madre, la evitó de la prostitución y la perdición absoluta. Purita mandó telegrama a ambas familias dando fe de la fonda donde paraban. La pesadilla concluyó en apenas una semana y si bien el honor de la portuguesa no había quien lo limpiara, aún se estaba a tiempo de casar a la fiera antes de que las malas lenguas la tejieran un traje de cola. 

Mientras Don Hugo tiraba de caudales y propiedades intentando forjar un buen acuerdo entre familias amigas que les salvaran del escándalo, Hernán Martínez y Plasencia, heredero único de los muchos capitales y fundiciones de los Hermanos Martínez y Cruz, sumándose a tan desahogada fortuna las tierras y cortijos de herencia materna, se presentó ante Don Hugo y pidió formalmente la mano de su hija Purificación. Conocían desde chico a Hernandito y a nadie se le escapó el amor que el muchacho sintió siempre por la salvajita de la casa. Ese genio y esa determinación al hablar, que más que opinar parecía que sentaba cátedra, habían enamorado al chiquillo diez años mayor que su musa, a la que no pudo olvidar en los largos años de estudios y formación que cumplimentó de forma magistral y con reconocimiento sobrado por parte de sus mentores. Nadie en toda la provincia, habría apostado por el regreso de Hernán a la ciudad de Almería. Siendo hombre de ciencia y de temple progresista, la inculta y puritana alta sociedad almeriense le oprimía las entrañas hasta rabiar. Pero esa niña, esa loca de atar, le había maniatado el alma, el seso y la voluntad haciéndole regresar al origen de sus desvelos. Purificación y Hernán contrajeron nupcias dos meses después del altercado en uno de esos días de diluvio que de pascuas a ramos se producen en Almería donde tal y como venía siendo la norma, la rambla se desbordó llevándose por delante todo lo que pilló a su paso. En este torrencial camino del mar, fueron arrastradas también las penas de Purita porque desde ese día no volvió a acordarse del canalla salvo para darle gracias al cielo de haberse librado de semejante piltrafa.
Seis meses duraron sus lunas de miel. Seis preciosas lunas viajando por Europa pasando con sosiego por París, Roma, Venecia, Viena, Londres, Berlín… Un viaje impensable para la novia que no daba crédito al giro que su vida había dado. Seis lunas así de bonitas dan para mucho y entre museo y museo, la chiquilla se enamoró de su marido. Sea dicho al caso, que si bien su corazón no hizo gala de esa pasión que la llevó a embarcar rumbo a Orán, sí se forjó con el ardor de la lealtad, el respeto y la admiración absoluta. Regresó a Almería renacida y consciente que el ambiente asfixiante de la capital no le era sano ni para ella ni para su esposo, decidiendo la parejita establecerse en la hacienda que poseían en Níjar. Apenas se instalaron en la villa cuando el Doctor Salinas confirmó el estado de buena esperanza de Doña Purita.

Los meses corren despacio para las preñadas, en especial para las primerizas. Purificación no veía que llegara el día de abrazar a su retoño. Unos jornaleros bien establecidos que poseían un cortijo no lejano al suyo, acababan de tener una niña. Paquita la llamaron y Doña Pura se interesó mucho por la chiquitina quien le fue de sobrado consuelo en su estado de espera y de forma casi instintiva ayudó a Pepe Salinas con la parturienta quien sufrió fuertes fiebres de postparto que la retuvieron en cama cerca de seis meses. Restablecida la madre, volvieron a dejar el cortijo al cargo de unos parientes y regresaron a la hacienda del Pozo del Fraile donde el Señor Frasco trajinaba el cortijo y los terrenos adyacentes en régimen de arrendamiento, los más golosos y prósperos en los Campos de Níjar, sea dicho de paso. Muchos novios tenían esas tierras y el patriarca se impacientaba. Había quién dejó correr la historia que a los Cañadas ya no les caía en gracia la hacienda y nuevos pretendientes acudían al reclamo de conocer los pormenores del contrato de arriendo. Don Frasco no podía ausentarse del Pozo ni tampoco podía prescindir de la ayuda de su señora así que en cuanto la mujer pudo dar dos pasos, los dio en dirección a los Frailes. Dicen que la niña se acostumbró a los brazos de Doña Pura y que lloraba como posesa del diablo de día y de noche reclamando las caricias que creyó suyas. Mientras fue chica, su madre la llevó colgada encima pero al crecer y quedarse la mujer de nuevo preñada, bajó del pedestal a la chiquilla que ya contaba con cerca de tres años. Lloró desconsolada sin entender porque no había ni abrazos ni cariños para obsequiarla. En una de esas tardes que el padre entró en la casa de morros, atizó a la niña con tal saña que la dejó descoyuntada por las caderas. Alarmados, mandaron llamar al Dr. Salinas quien poco pudo hacer, salvo cargar en brazos a la pequeña y llevársela a Níjar donde la entablilló y amarró a una cama hasta que sus huesecitos se volvieron a soldar. Lamentablemente, Paquita no volvió a andar con normalidad cargando de por vida con una cojera miserable a débito del mal carácter de su padre, hombre rudo y acostumbrado a deslomarse de sol a sol pero que jamás entendió de finuras y bondades.

Doña Pura rompió en cólera. Su pequeña Paquita, su niñica dulce y cariñosa, apaleada por semejante animal. No sabía ese malnacido con quién se jugaba los cuartos. Mandó montar el carro y se presentó ante la bestia, a la que advirtió que era la última vez que ponía sus zarpas en la niña chica, porque como que hay un dios en el cielo, ella se iba a encargar de anular su contrato en el Pozo del Fraile y que sus cortijos en Níjar se los llevara el viento –como que estoy aquí ante usted, Don Frasco, que le dejo con una mano delante y otra detrás–. La Doña arregló las cosas para que Paquita se criase en su casa bajo su protección y puesto que a su María del Mar le hacía falta compañía, convino lo necesario para que ambas niñas se criasen juntas. Para cuando la criaturica pudo abandonar la cama en la consulta de Don José Salinas y establecerse en el cortijo grande de los Martínez, ya todos la llamaban la coja. Algunos olvidaron a fuerza del desuso, que la chiquilla se llamaba Francisca en honor a su padre, el hombre que la sentenció a balancear su cuerpecito al caminar con un dolor de muerte a cada paso y que el bruterio popular que a ignorante e insensible no hay quien lo dome, dejó correr supercherías sobre el mal fario de la criatura.
En cualquier caso, a Paquita le tocó la lotería. Tanto llanto secó sus lágrimas. Tanta lágrima echó, primero de soledad y luego de puro dolor, que ya no volvió a sentir necesidad de entristecer. Su vida en el cortijo grande era feliz y sosegada. Doña Pura la instó a que la llamara tía y la tuteara, tanto en público como en privado. Su madre la visitaba de vez en cuando y la Doña a su vez, dejaba que las niñas acudieran al Pozo del Fraile regularmente. El aire con restos de mar que se respiraba en los Frailes era mucho más saludable que el rancio y ventoso de Níjar, siempre atizando con saña camino del desierto y siempre dejando ciegos a su paso. El tracoma castigaba tanto a niños como a viejos, no se olvidaba de nadie en el pueblo. Pepe Salinas había prescrito que todos los habitantes de la casa debían lavarse los ojos tres veces por semana con una infusión de manzanilla y que el apio y las zanahorias no faltaran nunca en la dieta de las niñas. Acosó a la Tata para que fueran bañadas tres veces por semana en baldes de agua recién cogida y que nadie consumiera o cocinara con agua estancada. A la fuente se debería ir tres veces al día y toda agua sobrante debía ser cada mañana empleada en labores de limpieza o de riego pero jamás ingerida. 

Paquita y María del Mar no salían jamás de la casa sin sus pamelas de esparto adornadas con fino tul y abalorios florales. Esta extravagancia de señoricos hizo que jamás se les metiera el sol en el cuerpo, algo que cualquier parroquiano de la villa sufría varias veces en la vida, muy en especial los niños que por no tener el cráneo aún curtido se les metía con mucha facilidad. Las chiquillas jamás necesitaron de ningún credo que les sacara el mal porque el susodicho nunca se les metió entre tanta floritura. Siempre limpias y ase'as, desprendiendo olor a espliego y jazmín, piel de porcelana, sanas y lozanas... niñas ricas decían en el lavadero –¡Menu'as son! cuanta finura Virgen Santa. Pos a la María del Mar le ha venio de casta pero a la coja no, esa sa'olvidao de donde é. Habría que recordarla a la mona que de fina no tie'na, ella es pueblo y no vale pa'namá. Ande usté con lo que dice que ni el padre se atreve a reclamar este olivo es mío porque la Doña le tiene amedentra'o. Calle ya mujé que la Tata mira y ya sabe usté que el buen humó esa bruja lo guarda pa'el cortijo grande, pa'fuera to'o son tirrias–.

Al callar las mujeres, solo se escuchaba el cantar de las chicharras y el correr del agua. Las niñicas, siempre cogidas de la mano y riendo felicidad por esas caritas de ángel. La tata, como siempre, atenta a todo y a todos. Algunas mujeres levantaban la vista de puro sin querer y miraban a los angelicos con dulzura y con una suave inclinación en la mirada saludaban a la Tata sin ser vistas por las más ásperas de carácter. Estás mantenían la vista baja, sobre la roca mojada y desgastada de los fregoteos. Se decía que en cada lavadero, siempre había alguna enlutada con el poder de echar la mala mirá y que para evitar causar mal a las criaturas chicas, se amorraban la mirada en alguna roca quien pagaba los malhumores de las poseedoras de la desgracia. Sobran testigos que afirman que al paso de las niñas uno de los pedruscos del lavadero se rompió de cuajo.   

Si hay papas más comidas en los Campos de Níjar son las papas a lo pobre y si no las papas en ajillo. Para comer patatas a lo pobre había de haber pimienticos en la casa. El día que no quedaba de nada, se apañaban unas pataticas en ajillo que se podían servir viudas, con huevo frito o de suerte, con alguna chistorra. Yo siempre las he acompañado de huevo frito. Estas patatas bien podrían llamarse papas engañás porque a la simpleza del plato se le engaña con especias para que tengan más presencia. A mi madre le estuvieron llevando las pataticas y los huevos del huerto de Juanillo hasta el final. La hormiga atómica le llamábamos. Qué hombre tan sentido y cuántos cariños hacia nuestra madre nos ha demostrado. Nos saluda con la congoja de sabernos huérfanos y nos agasaja con sus recuerdos de lo guapa, buena y honrada que fue nuestra madre. Todo un despliegue de afectos para un hombre tan sencillo. Como estas papas.



Ingredientes:
  • 1 kg. de patatas
  • 4 dientes de ajo
  • Pimentón dulce murciano
  • canela molida
  • cominos molidos
  • pimienta molida
  • aceite de oliva
  • un vaso de agua
  • sal

Notas:
  1. La cantidad de especias usadas es un poco a gusto de la cada. Yo suelo usar 1/2 cdta. de pimentón, algo menos de cominos y pimienta y una punta de cuchillo de canela. Pero si guisas estas patatas por primera vez mi consejo es que tires siempre por lo bajo que para animarlas en sabor siempre tienes tiempo.
  2. Antiguamente se hacían fritas en más aceite pero con las sartenes de ahora no es necesario. No me atrevo a dar una cantidad porque cada sartén tira de aceite de forma distinta pero en cualquier caso, lo vamos a retirar después de freír las patatas así que nada se desperdiciará.
  3. Se puede reemplazar parte del agua por un chorro de vino blanco o un poco de caldo de verduras. Le da un toque más personal.

Preparación:
  1. Se pelan los ajos y se sofríen brevemente enteros sobre el mismo aceite en el que vamos a freír las patatas. Se reservan.
  2. Se pelan las patatas, se cortan en rodajas como de 1/2 cm. y se salan. Se fríen ligeramente por tantas y se reservan dejando que eliminen el aceite sobrante sobre un papel absorbente de cocina.
  3. Al tiempo, se majan los ajos con las especias en poco de vino blanco, caldo de verduras o agua. Se puede hacer con la minipimer que es más practico. Se reserva.
  4. Se retira el aceite de freír las patatas, y a fuego medio se añaden las patatas, la majada y el agua. Se remueve con cuidado de no romper las papas, se rectifica de sal y se deja que cuezan sin tapar hasta que reduzcan casi por completo el caldo. Las retiras del fuego, las tapas y dejas que las patatas reabsorban el líquido restante durante unos 5-10 minutos de reposo. Listas para servir.

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12 comentarios

  1. Flipada....no se si ha sido la historia o las patatas.
    Besos reina
    Marialuisa

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  2. Nosotras no sabríamos decirte si han sido más deliciosas las patatas o la lectura!! Precioso post. Un beso muy cariñoso de tus chachas.

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  3. ¿pero publicarás un libro, no? a mi me tiene enganchada la historia !!!!

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    1. Pues aún no sé nada. No tengo nada escrito adelantado. Va saliendo sobre la marcha así que hasta el final no tengo ni idea de lo que va salir. Ojalá! sería genial encontrar editorial:-) un beso

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  4. Mai querida, hasta cuando nos vas a hacer esperar con estos continuará?, me dejas loca mi chiqui!!!!
    Deliciosa história y una receta para chuparse los dedos.
    Espero desesperada la continuación.
    te quiero
    Besitos

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    1. Espero poder cumplir con dos entregas al mes. Pero ya se verá, porque con estas cosas es mejor no correr... paciencia querida Vicky :-) un besazo

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  5. ya llego ¡¡¡ No sabia yo de donde le venia la cojera a Paca y mira que me la has ilustrado muy requetebién. Mai estaba ensimismada leyendo que cuando has empezado con las patatas me ha sabido a poco. Algo tenia odio de la Paca pero de doña Pura, ni idea. cuanto me gusta leerte¡¡¡¡ y mas si son cosas de nuestra tierra. Que bien relatas, que bien escribes, no em cansaré nunca de verte.
    Las patatas al ajillo que se hacían en mi casa llevaban medio vasico de vino, corriente, bueno del que había en casa, ¡¡vaya usted a saber cual era¡¡¡ ese majo con las patatas y el huevo ... May le falta la chstorrilla .... ejem ejem ....
    Bssss precisa desde Almeria

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    1. Doña Pura no existió en la realidad. Es un personaje ficticio. En mi novela habrá unos cuentos alrededor de Paquita y de Carmen. Se decía que en Nijar la coja no encajaba porque se crío entre señoritas y costuras y que su hermana Carmen la tenía un envidia tremenda por eso. Y por la dote, pero todo se verá.

      Yo estas patatas jamás las comí con chistorra. Reconozco que en Almería poca chistorra he comido. Hay otras muchas más cosas ricas que comer como cosas de huerta y de mar. Para chistorra siempre he preferido la de despeñaperros para arriba. El fresco le va mejor pero este es mi parecer y mis gustos. En cualquier caso, me hago eco de como yo las conozco y yo siempre las he comido viudas o con huevo.

      He acudido al libro que me regalaste y allí tampoco habla de chistorra. El libro dice que después de añadida el agua para la cocción se escalfan unos huevos a la que se cuecen las patatas... imagino que cada cual tiene su manera de hacerlas. Yo ya dije que son al estilo de los Campos de Níjar que es lo que yo conozco.

      Para las próximas veces, te consulto antes de publicar que no quiero meter la pata. Un besazo

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  6. Que bonita historia y que bien relatada, que gusto leerte chiquilla!!
    Pobres mujeres de esas épocas, que vejaciones aguantaron!!
    Las papas me las llevo para hacerlas, porque yo soy muy papera, las adoro y así no las he hecho nunca, por supuesto con huevo incluido!!
    Besosss

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